Esta mañana, como tantos otros días, llevaba a mis tres hijos al colegio en el coche. Tras la incorporación a una autovía, y al adelantar a un autobús, aparece delante de mí y a escasa distancia un coche completamente parado. La clavada de frenos ha sido brutal. Afortunadamente, el coche queda a pocos cm del de delante, que reanuda su marcha como si tal cosa. A mí casi se me sale el corazón por la boca, y en cuanto puedo, paro en el arcén. Mi hija mayor me pregunta qué pasa, por qué paramos ahí, yo respiro, me tranquilizo, y reanudamos la marcha. El pequeño (dormido) no se ha inmutado, y el resultado final es que llegamos al colegio unos minutos tarde.
Seguro que muchas personas pensarán que anécdotas como esa hay miles a diario, y no va más allá de ahí. Y que cuando no es así, es por mala suerte. Pero yo sé que la velocidad necesaria para lesionar gravemente el cuello de un niño pequeño es pequeña, menor que a la que yo iba, contando con la distancia que tuve para frenar. Sé que yo iba alerta, y en tensión (aunque sean apenas unos milisegundos de anticipación), pero que un niño va relajado, laxo (y no digamos ya si va dormido) y es por tanto mucho más frágil aún. Yo sé, porque otros las han sufrido, las consecuencias que incidentes aparentemente leves en un coche, absurdos para los adultos, pueden llegar a tener en un niño pequeño, expuesto a las mismas fuerzas de inercia que los mayores. Así que es inevitable pensar en ese instante que marca la diferencia: aquél en el que tomaste una decisión y no otra.
Mis tres hijos viajan de espaldas en el coche. Las dos mayores en sillas BMW 2/3 con los asientos del coche girados, el pequeño en una Besafe Izi Combi. Cada día, al subirlos, abrocharlos, y arrancar el motor, agradezco el haber tenido en mi mano la posibilidad de elegir la opción más segura. Y no porque me angustie pensar en el riesgo (imposible conducir así), si no porque el riesgo en el coche es una certeza, y por eso hay que conocerlo, para poder acotarlo, y controlarlo. La persona que lo ha hecho posible es la que los que leéis este foro ya conocéis, sólo que yo tengo la enorme suerte de que sea mucho más que un nick, una persona a la que quiero con todo el alma.
La distancia que separa un susto de una desgracia es a menudo escasa, muy escasa. Cada porción de información que se vierte dentro y fuera de este foro, acerca a alguien más al “susto” , alejándolo del otro lado. Por eso quiero compartir con vosotros esta reflexión, para animaros a que no cedáis ante las presiones de vuestro entorno, a que no cejéis en explicarlo una y otra vez a los conocidos, a que no escatiméis en exigencias hacia los profesionales que, desde las tiendas, tienen que manejar toda esta información. Porque esa información es la distancia necesaria para no pasar del susto.
Un abrazo.
Seguro que muchas personas pensarán que anécdotas como esa hay miles a diario, y no va más allá de ahí. Y que cuando no es así, es por mala suerte. Pero yo sé que la velocidad necesaria para lesionar gravemente el cuello de un niño pequeño es pequeña, menor que a la que yo iba, contando con la distancia que tuve para frenar. Sé que yo iba alerta, y en tensión (aunque sean apenas unos milisegundos de anticipación), pero que un niño va relajado, laxo (y no digamos ya si va dormido) y es por tanto mucho más frágil aún. Yo sé, porque otros las han sufrido, las consecuencias que incidentes aparentemente leves en un coche, absurdos para los adultos, pueden llegar a tener en un niño pequeño, expuesto a las mismas fuerzas de inercia que los mayores. Así que es inevitable pensar en ese instante que marca la diferencia: aquél en el que tomaste una decisión y no otra.
Mis tres hijos viajan de espaldas en el coche. Las dos mayores en sillas BMW 2/3 con los asientos del coche girados, el pequeño en una Besafe Izi Combi. Cada día, al subirlos, abrocharlos, y arrancar el motor, agradezco el haber tenido en mi mano la posibilidad de elegir la opción más segura. Y no porque me angustie pensar en el riesgo (imposible conducir así), si no porque el riesgo en el coche es una certeza, y por eso hay que conocerlo, para poder acotarlo, y controlarlo. La persona que lo ha hecho posible es la que los que leéis este foro ya conocéis, sólo que yo tengo la enorme suerte de que sea mucho más que un nick, una persona a la que quiero con todo el alma.
La distancia que separa un susto de una desgracia es a menudo escasa, muy escasa. Cada porción de información que se vierte dentro y fuera de este foro, acerca a alguien más al “susto” , alejándolo del otro lado. Por eso quiero compartir con vosotros esta reflexión, para animaros a que no cedáis ante las presiones de vuestro entorno, a que no cejéis en explicarlo una y otra vez a los conocidos, a que no escatiméis en exigencias hacia los profesionales que, desde las tiendas, tienen que manejar toda esta información. Porque esa información es la distancia necesaria para no pasar del susto.
Un abrazo.
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